Una ciudad que puede ser cualquiera. Un hombre. Un perro. Nieve. Silencio. Nada.
‘Graffiti’ es la historia de un hombre, un chico (Oriol Pla), que sobrevive junto a su perro en medio de la nada. Una nada nevada, vacía, que puede estar ubicada en cualquier parte y que poco a pocos nos deja intuir un escenario postapocalíptico, similar al que presenta Cormac McCarthy en ‘La carretera’, pero sin elementos hostiles más allá del propio mundo exterior, destruido y desolado. Es más: sin elementos.
Una ciudad que puede ser cualquiera pero que en realidad es Pripyat, ahora urbe fantasma desalojada tras el desastre nuclear de Chernobil y que nos recuerda, desde sus escombros y sus edificios abandonados y ateridos de frío, que el mundo puede estallar y desintegrarse. Y entonces, ¿qué les ocurre a los supervivientes? ¿Puede una única persona sobrevivir a la hecatombe? ¿Cómo actuaría ante los indicios de otros seres humanos?
El cortometraje comienza lento, lento como la vida cuando no hay nada cerca. Vemos las rutinas de Edgar y su perro, oímos rasgarse la nieve bajo sus botas, sentimos la amargura, una amargura teñida de lirismo que destila una mezcla altamente adictiva, que nos atrapa de manera irreversible, sin posibilidad de vuelta atrás. Una amargura que vira hacia la angustia y que nos convierte a todos en Edgar, nos funde con él hasta que sentimos lo mismo que él siente: anhelo.
Solo gracias a la historia, un diálogo (¿sí?) trazado a golpe de spray; solo gracias al magnetismo avasallador de Oriol Pla, quien pone rostro y emociones a Edgar, que nos seduce sin esfuerzo aparente. Con sólo (¿sólo?) estos ingredientes, Lluís Quilez construye una película sólida y rotunda, que ya le ha supuesto el reconocimiento en festivales internacionales como el Boston Sci-Film Festival o el Festival de Santa Barbara, que lo prenomina para la próxima edición de los Oscar.
Una historia de amor, amistad y esperanza, mucho más allá de la supervivencia, en un entorno devastado y desolador que atenaza el corazón y el alma de los espectadores hasta hacerlos vibrar con cada expresión, cada trazo y cada paso.
El cortometraje, de treinta minutos de duración, constituye la primera producción de Euphoria Productions (fundada por el propio Quilez) y co-producido por Ainur Films (Cristian Guijarro) y el apoyo de Peter H. Reynolds. Podrá verse en festivales como el Imagine Film Festival de Amsterdam o el Ecozine Film Festival (Cine y Medio Ambiente).
¿Y qué nos ofrece esta producción? Una ciudad que puede ser cualquiera. Un hombre. Un perro. Nieve. Silencio. Todo.
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